miércoles, 15 de marzo de 2017

   La cuerda floja emocional en la que todos posamos nuestros pies descalzos puede ser un camino complicado de realizar. Buscar un equilibrio en esa cuerda floja mientras lo que te rodea te empuja hacia una caída que suele tener red, pero que cada vez hace más complejo el acto de incorporarte y subir de nuevo hasta la cumbre donde vuelves a enfrentarte a esa cuerda, a ese camino.

   Lo sencillo es quedarse abajo, tumbado, cómodo, disfrutando de las vistas, maravilloso, todo maravilloso, hasta que despiertas y notas que lo que antes era una red de seguridad ahora se ha convertido en una tela de araña. Y la muerte acecha tejiendo junto a tu sombría desidia un collar, con tu nombre y el de tu amo, con una fecha de caducidad, para consumirte, para saborear el suculento manjar, la vulgaridad.

   Y que guapo me veo con esta nueva camisa estampada que me hace muy millenial y modernito. Y mi nuevo corte de pelo que mi estilista me ha hecho, el vigesimo quinto corte de pelo exactamente igual de la semana, al final aprenderá a hacerlo sin mirar.

   No es una crítica a quien viste o se corta el pelo de una forma u otra, cada cual que haga lo que le salga de sus bajos, pero, hasta que punto hacemos lo que realmente queremos o somos una producción en cadena cada vez más condicionada. Grupos sociales divididos con encabezados nominales del tipo, Vegano, Animalista, Feminista, Heteropatriarcado, etc, etc. El odio al otro, la intolerancia, el conflicto, como verbo en cada una de las frases que leemos en nuestras redes sociales. Redes sociales que cada vez se parecen más a esa habitación donde un tal Super nos mete los dedos para ver como rajamos del otro en un famoso y vomitivo programa de una no menos nauseabunda cadena de televisión.

   Y en mi muro pongo lo que quiero, y en mi twister escribo lo que me da la gana, y a quien no le guste que no mire. Pero en cuanto la opinión que nos encontramos es contraria, bloqueamos, o iniciamos la tan ansiada batalla. Y acosamos (Trolleamos) a aquellos que no son de nuestra forma de pensar, no aceptamos que alguien no comparta nuestros gustos de una forma positiva, lo condenamos o criticamos, eso sí, sin mencionar su nombre y de forma pública, para llamar la atención y que los y las "ventaneras" de turno entren a curiosear para ver quien es el nuevo damnificado.

   Una herramienta que nos facilita la posibilidad de compartir lo bueno que tenemos dentro, que nos puede arrancar una sonrisa, un gesto de esperanza, conocimientos, comunicación con todo el mundo, cultura global, se convierte en un jardín donde todos vamos a soltar nuestras mierdas esperando que el destinatario de ellas llegue y las pise. Un rincón donde expresar nuestras frustraciones, que suelen tener solución si las afrontas de cara, pero que por pura pereza, cobardía, o incapacidad emocional, se convierten en un cartel para alguien, un comentario para "las personas", "algunos", "las bandas", de una opinión que es tan negativa como innecesaria y que roza la falta de respeto, motivo por el cual no tenemos cojones a entregársela al destinatario.

   Todos entramos en ese bucle, en esa vorágine, todos hemos pecado de forma inconsciente, pero si lo analizamos con tranquilidad, es una perdida de tiempo y de calma que no hace bien a nadie, ni a lectores ni a emisores. La belleza de la escritura reside en que solemos escuchar poco, nos distraemos facilmente, pero la palabra escrita nos centra, nos capta, es más sencillo entregar el mensaje. Ya que tenemos esa herramienta, por que no usarla para un bien común y no para una pataleta momentánea que además nos suele dejar en mal lugar.

   El odio nos consume, es una emoción que puede hacer cosas increíbles, pero que finalmente siempre acaba destruyéndonos. Si vamos a odiarnos, hagámoslo bien, con nombres y apellidos, escupiéndonos a la cara, golpeándonos, luchando, pero al final, ¿Habrá merecido la pena?