lunes, 5 de noviembre de 2018

Es curioso, leo las anteriores publicaciones, haciendo un acto de objetividad por mi falta de memoria, cosa que cada día acuso más. Los estados de ánimo, eso de la complejidad humana y todas esas mierdas, son muy interesantes, nos permiten ser algo más que autómatas al servicio de los de "arriba". ¿Quienes serán esos cabrones? Jajajaja

Empatía, esa virtud o defecto según se mire, por que en los tiempos que corren puede ser un símbolo de debilidad. Creo que empatizar con aquellos que piensan de forma diferente puede ser uno de los mayores gestos hacía una evolución personal. También es un arma de doble filo por que a veces nos muestra las miserias del prójimo, esas que son como verlos cagando en un día de mucho estreñimiento, mal olor y mueca ridícula.

Olvidamos las emociones, los sentimientos, las buenos, los malos los llevamos como bandera en una competición de llorones para ver quien es el que más mama. Quedaros con mi leche, prefiero beber de los charcos a ser un simple borrego más. No es que tenga nada en contra de los borregos, pero me aburre ese traje.

Prefiero ver las cosas sencillas, contemplar la naturaleza de lo puro, absorber cada bocanada de aire, llenar los pulmones y luego vomitar el sucio aliento del tabaco y la polución. Tener un rato para poder escribir, escribir mejor que hablar, eso me repito mucho. Para un bocachancla como yo esto debería ser un mandamiento. Creo que al menos cuando escribo puedo repasar la burrada que acabo de soltar y sonreír con la aprobación de un necio.

Escribir y cantar, observar la vida que me rodea y contarla bajo el filtro de esta insignificante hormiga que trabaja mal y guarda poco. Estoy para servir, pero no soy el mejor servidor. No es falsa humildad, es un mal llamado orgullo que brilla en cada coma de lo que escribo. Lo mejor de ser un fracasado es que las pequeñas victorias se pueden mostrar como autenticas odas. Supongo que nunca he sido ambicioso, con una cama cómoda, algo para llenar el buche y algún agujero donde meterla soy feliz.

No tengo más aspiración que poder contar, cantar, escribir mis pensamiento, no por vanidad, si no por necesidad. ¿Si me quitan eso que me queda? ¿Mirar al mundo y criar ulceras? No me gustan los médicos, lo siento. Al final se que tendré que conformarme con que una o dos personas muy de vez en cuando intenten leer o escuchar mi voz y hacer el ejercicio de empatizar con el imbécil del pelo largo este. Suerte que para cantar no es necesario pagar, ah no, que en muchos momentos si que lo es. El arte, eso que hace alguien con toda su alma y que debe pagar por ello para que el mundo se permita el lujo de hacerle críticas y sugerencias. Menos mal que nos quedan los críos, esos seres que miran a la vida de tu a tu, con curiosidad, como si fuese una bestia apunto de devorarlos, pero que se contiene por mera sorpresa ante la actitud de la presa. Al final la esperanza reside en esos pequeños cabrones que lloran y nos sacan de quicio.