jueves, 8 de junio de 2017

   Dios nos odia a todos un poquito, está claro que esa maravillosa mierda nos salpica a todos. Los buenos momentos que vivimos a lo largo de esta maloliente vida son como pompas de jabón, son hermosos a la par que efímeros.

   Son como una sabrosa y helada cerveza que se derrama por nuestra garganta pero que tiene final con eructo incluido. Siendo conscientes de esto los debemos vivir abrazándolos como si del primer amor se tratara. Desconectemos de desidia, desgana, derrota y no se que mierda más empezada con "de" de demencia.

   Podemos pasarnos el día pensando en como sería todo si la promiscua y atractiva diosa Fortuna nos sonriera más a menudo, pero pasa como con esa camarera buenorra, a veces te sirve la copa con guiño y escote, y otras te la tira encima. ¡Menuda zorra!

   Somos minúsculas motas de polvo en este grandioso universo, pero cada gesto que hagamos marca la resolución de los siguientes instantes. Si el día se tuerce y dejamos que nos gane el pulso la semana será torcida, pero si a los golpes les devolvemos una sonrisa burlona, riéndonos de lo bien que encajamos las hostias, la torcedura se acentúa en nuestra rostro pasando a ser una mueca graciosa que a diosa Fortuna la parece irresistible y posiblemente nos llevemos su teléfono apuntado en una servilleta. Tiradlo, es muy puta y no suele coger las llamadas.

   Todo es cuestión de actitud, atrae o repele, depende de nosotros como se muestre nuestra energía ante los ojos del destino, un jugador de cartas trilero y embustero, incierto compañero de viaje, amigo traidor y salvador espontaneo. El amante más apasionado de Fortuna, ese que mientras se la está tirando nos sonríe con gesto de desprecio.

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