lunes, 15 de enero de 2018

   Dios, contempla a tu hijo descarriado, desviado del redil, rebelde insubordinado. Ese que mira con cara de perplejidad a todo lo que le rodea.

   Tu creación no es más que un juego que suele favorecer al rico y ser una broma del mas negro de los humores para el más necesitado. Pero tu hoy te fijas en esta alma perdida que escribe unas líneas dedicadas a su supuesto “creador”.

   Mi fe, esa pequeña porción de amor, de esperanza que a todos nos intentan inculcar de pequeños, ese acto de salto al vacío, de confianza ciega en unos parámetros erróneos desde el punto de vista mas razonable, esa probabilidad nula y remota que a veces se da y que los más acérrimos creyentes hacen parte de su triunfo.

   Esa fe ahora es esa constante ausente en la caja de nuestras vidas. Somos juguetes para este demente Dios, juguetes que en vista del conste de fabricación, han sido economizados, como todo en este capitalismo que hasta la puerta de San Pedro ha llegado.  Nos han suprimido la fe, en nuestra caja, como si se tratara de las pilas, hay un mensaje de “Fe no incluida en este artículo”.

   Nos contemplamos unos a otros sin darnos cuenta de ese pequeño detalle, no hope. El lema del punk de los 80 lo hemos hecho, sin saberlo, parte de nuestro día a día, como el wassap o el puto Facebook.

   He hablado en otras ocasiones de esta cuestión, pero ahora lo que quiero hacer ver es, sin saberlo, somos productos, hechos únicamente para lamentar nuestra mala suerte, para esperar solo una compensación económica y no muy alta por una inversión de horas en cualquier empresa del tipo que sea.

   Como diría Fito, “ya no veo figuras si miro a las nubes”. El buscar esa magia en nuestro día a día, el tener ese atisbo de libertad de elegir la opción que se opone a la corriente genérica de opinión. El no estar ofendido constantemente por una u otra cosa, el buscar una sonrisa en el rostro de la gente, un gesto de cariño, una pequeña luz que ilumine el escenario ya vacío donde antes moraban poetas y ahora solo pasan de hora en hora a hablarnos del tráfico de la AP6.

   Dios, ahora que he captado tu atención, aunque sea por unos segundos, mándame un poco de hope, un golpe de esperanza, como si se tratase de una musa desnuda frente a las manos ansiosas del pintor, encantado con volver a sentir vida y volver a derramarla a golpes de pincel sobre un lienzo ya amarillento de tanto tiempo a la espera de la inspiración. Una amante calidad, salvaje y cariñosa llamada Esperanza. Capaz de hacerme gritar de placer, capaz de hacerme llorar de emoción, capaz de hacerme callar de dulzura.


   Por lo demás, Dios, que te follen, como siempre. Gracias por tu atención, atentamente tu hijo descarriado.

martes, 2 de enero de 2018

   A ti, que lees mis delirios, que paras tu reloj para meterte un poco entre la maleza que crece en mi cabeza. Tú que dedicas algo de la bolsa de tu vida a este pobre pedigüeño que embauca alguna mente perdida con sus disparates y sus reflexiones.

   Eres cómplice del lobo que deambula bajo la luna desnudo, sin miedo, sin pudor, sin dueño. Sus patas son dueñas de la tierra donde se posan y sus ojos rey del rincón que contempla. El animal que devora al racional fracaso llamado humano, ese ser en el que la esperanza no es más que el lazo que impide que la inocencia del niño se pierda entre la oscuridad del egoísmo.

   Testigo de alguno de mis llantos y muchas de mis sonrisas, de la decadencia de mis prohibidas pasiones y del orgullo de mis pequeñas victorias. Sin ti, no soy más que una brizna de polvo movida por el aire, sin ningún rincón fijo donde anidar, sin ningún cometido, más que deambular como un nómada buscando el sentido a su existencia. ¡El sentido, eso, el sentido! Mi cómplice, eso eres, el pilar que sostiene el sentido de darle voz al animal. No hay existencia entre el silencio, entre la oscuridad, sin luz que se pose sobre su pelaje, sin oídos que escuchen su aullido. Una quimera, un rumor ¡No, ni tan siquiera eso!

   Tu, que lees, que me das vida, que incluso me pones voz en tu cabeza, a ti te debo todo. Ante ti me arrodillo, pide, manda, eres quien puede acortar o alargar mis amarres.

   Tu que me brindas importancia al dedicar un segundo de tu tiempo a escuchar a un necio, que con la edad no se va haciendo más sabio, si no más cobarde. Gracias por ser el escudo que soporta los golpes de la inexistencia, de la indiferencia, del siniestro olvido.

   Tu mi cómplice, sin nombre, sin rostro, sin ojos a los que mirar con dulzura, yo soy parte de ti, y tu ya eres parte de mi. Bendita comunión entre dos almas, la palabra es nuestra alianza, la imaginación nuestro reino. Estás en mi casa, y yo soy servidor de tus deseos. Gracias, parte de mi sentido a ti te debo.


Gracias, mi cómplice.