domingo, 18 de agosto de 2019

   Fería, todos a beber y a divertirse, me parece estupendo, meandonos en cualquier rincón e intentando tapar por una semana nuestros problemas debajo del postureo más paupérrimo y mezquino mientras las emociones son sustituidas por los instintos más básicos, contra los cuales nunca vais a encontrar un enemigo en mi. Me parece maravilloso, es como vivir un poco lo que vivimos los músicos pero durante 10 días, de puta madre.

   Pero es ese mes, esos días en los que me invade la nostalgia de ese cateto urbanizado y medio gilipollas que soy, llevándome a aquellos años en los que navegamos entre el niño y el hombre. Soñador escuchando siempre música, siempre llevaba los auriculares enganchados en esas orejazas, me abstraía de todo, de tantas cosas que no llegaba a entender y que a día de hoy entiendo, pero no comparto. Eso que primero te frustra, segundo te hace sentir mal y por último como por evolución natural al entenderlo, te da pena.

   Lo mejor de aquellos veranos, que coño, lo mejor de todos los veranos, son los olores. Los olores y los recuerdos son dos amantes homsexuales habidos de darselo todo, sin pudor, sin nombres, sin amarres. Voy a obviar que estáis pensando en el olor de la feria, la feria no cuenta vale, la mierda de caballo, el sudor y los meados, no son parte de mis recuerdos, porque como podéis comprobar, la fería, la navidad y la semana santa, pa vosotros, de verdad, sin problema.

   Por dónde iba, a sí, tormenta, tierra mojada y el respirar ese frescor mientras fumas uno de tus primeros cigarrillos. Era un torbellino de emociones, las hormonas a tope, el pudor y la timidez de un crío. Reír, bromear, olvidarse del mañana, de lo que nos depara el mañana, ese puto martillo que te golpea como a un hierro candente, el mañana, el mañana, tu futuro. Mi futuro, ¿Y el tuyo? ¿Quién es más tonto, el que dice tonterías o el que las cree? 

   Las largas noches en aquel pequeño pueblo, del que hoy solo ves tristeza, no, allí no había tristeza, allí habia vida, tranquilidad, pero vida, mucha vida. Ahora están todos ahogados por un “no hope” “no future” putos Sex Pistols, que razón tenían.

   La rutina, esa maravillosa rutina del día a día de ocio y tiempo malgastado. Sol, alcohol, tabaco, piscina, pajas, siesta, música, música, música, música. Cantaba, cantaba mucho, no lo hacía bien, pero cantaba y cantaba, necesitaba cantar. Tambíén leía, en aquella época no había tuiter para putear a nadie, ni facebook para ver a los cuatro matados/as/es/os/us. Solo un coco para soñar y fantasear, y de vez en cuando algún comunity manager de esos de antes, que escribían libros con cosas más interesantes que el color de las bragas de Rosalía, o las uñas postizas nuevas de Maluma, ¿o era al reves? 

   Me ponía colorado cuando en aquellos atardeceres alguna de las chicas que paseaban me miraba y sonreía, puto imbécil, no era a ti. A día de hoy ya he aprendido que ni cuando canto encima de un escenario es a mi, a mi no me ven, a mi ni me intuyen. Soy como ese frescor de la tierra mojada que golpeaba mi olfato, algo que llega, te roza y que en segundos ya no está. Esos veranos, joder esos veranos, esos, se merecen una canción.

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