viernes, 30 de diciembre de 2016


   Me escondí, me tapé los ojos ante el mundo, dejé que la inmensa capa que cubre todas nuestras dudas tapara mi rostro. Me cerré al mundo como un niño pequeño asustado se encierra en su habitación.

   Tapé mi pudor, tapé mi desnudez, apagué cualquier atisbo de valentía que ardía en mí. El lobo se volvió a refugiar en su madriguera, y todo lo bello que su alma tuviera que gritar se lo susurraría a sus oídos. Pero las palabras no tienen sentido sin nadie que las reciba, sin nadie que las comparta, sin nadie que las propague.

   Dejé de escribir por que perdí la esperanza en todo aquello que huele a humanidad. No es que ahora la haya recuperado, solamente intento ser yo sin miedo al juicio de ojos vacíos de vida pero llenos de carencias.

   No puedo aconsejar a alguien que sea él mismo, si yo no tengo los cojones suficientes para seguir mi consejo. Solo soy un hombre que necesita vomitar sus pensamientos en algún rincón, y este bosque es lo suficientemente cálido como para recostarme en él y olvidar el mundo de refugiados, de engaños, de guerras, de miseria, de terrorismo, de bolsa, de codicia, de Trump, de Tajoy, de Barza y de Madrid, de mirar hambre en tu televisor mientras tiras el plato que él peque no ha querido comerse a la basura. De gritos para hacerse oír pero silencios para hacerse amar.

   No voy a cambiar nada, pero al menos podré escribir sin que nadie me sujete las manos. Me ha costado pero he entendido que estamos solos ante el mundo, y que el mundo nos contempla con curiosidad, con ganas de ver de que coño estamos hechos. Mírame cabrón y disfruta de la función por que voy a hacer que el precio de esta entrada merezca la pena..

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