domingo, 28 de julio de 2013
Te acercas a mi, me miras a los ojos, me tanteas, disfrutas de la curiosidad en mi mirada. Reúnes cada detalle de mis movimientos en tus sentidos, los agudizas, quieres disfrutar de cada ápice de mi esencia. Tienes mi atención prisionera y ahogas cualquier sensación de libertad en mi. Me enfrentas en un duelo lento, pausado, donde la tensión esta presente segundo a segundo. Cruzo la sombra y me descubro, valiente, decidido, y te encaro. No solo no puedes asfixiar mi alma, tampoco puedes beber de mis espectativas, pues la única verdad que conozco acompaña a las agujas del reloj.
La luz refleja mi mirada y sonríes con seguridad, intentas jugar tu última baza creyendo que aún puedes sembrar tu veneno en mi. Miedo, pronuncio tu nombre y te desvaneces, humo, solo queda humo, pero en mi bosque no tiene cabida. En mi bosque solo hay lunas y soles, días y noches. Una brisa que refresca al alba, un manto cálido que me envuelve a lo largo del día y una amante fresca, sensual, tierna, que me acaricia a lo largo de la noche. No hay humo, ni oráculos, ni mentes superiores que frenan el paso de la brisa, del cálido manto y de los besos de mi amante.
En el bosque los días son aventuras, juegos, retos, nostalgias, gotitas de tristeza y achuchones de alegría. No hay nadie que pueda conocer que trae en sus brazos el primer rayo de Sol, ni que nueva nana trae de su voz el envolvente rocío. En el bosque, las miradas hablan, transmiten, no se esconden, siempre brotan del respeto y son regada en el cariño. Por eso, el humo que traen los fríos vientos nunca entra en mi bosque, se queda fuera hecho témpano, tanteándome, intentando hacerme prisionero, como una sombría escultura que recuerda todo aquello que hace peligrar mi bosque.
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