lunes, 16 de septiembre de 2013
La luz es un aliado unas veces y un enemigo otras, dependiendo del instante. La luz de una solitaria habitación donde danzan melodías con el humo del incienso puede hacer de una situación real un jardín idílico donde soñar y crear.
La luz de los recuerdos es inquietante, el otoño juega en curiosa armonía con la luz de los recuerdos. De los recuerdos nacen nuevas luces, unas mas apagadas y otras mas intensas. Pero todos los recuerdos tienen su toque de luz.
La realidad también tiene ese toque de luz, pero no somos conscientes hasta que no son recuerdos, restándole importancia a un gesto vital de nuestro día a día. La luz nos inspira hasta tal punto de encauzarnos como el viento lo haría con una veleta.
Si tanto nos da la luz a nosotros, por que no agradecérselo creando un nuevo foco, un nuevo compañero en su incansable devenir, nuestro propio foco, podemos crear nuestra luz, una luz que brille firme, incesante, alegre, tintineando para que en nuestros próximos recuerdos, el ahora tenga un brillo más intenso del que jamás tendrá el ayer, cegando cada centímetro de sombra que nos encontramos en cada rincón.
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