jueves, 1 de mayo de 2014


   Vivimos encerrados en una prisión dentro de nuestra cabeza, a menudo, solemos limitarnos a nosotros mismos. Es importante proyectar la persona que querríamos ser en nosotros mismos. Para hacer eso solo tenemos que empezar a creer en esa persona, como lo haríamos en alguien a quien admiramos.

   Hay una sensación maravillosa que es la de olvidar lo aprendido y comenzar desde el principio a cuestionarse todo. Eliminemos en nuestra cabeza fronteras, banderas, idiomas, colores, todo, empecemos a tener la percepción de que nuestra casa no es nuestro fortín, nuestro hogar, si no un sitio más donde dormir, así no nos poseerá, pues todo aquello que creemos poseer al final nos posee a su vez a nosotros.

   Mi madre es una mujer de campo, una mujer sin estudios, una persona bondadosa, con sus defectos como todo ser humano, pero con mucha pureza en su naturaleza. Bueno es mi madre, que voy a decir de ella, es esa persona que siempre llevamos dentro en cada gesto, en cada recuerdo, en cada palabra de amor que nos nace. Ella siempre me enseñó a no anhelar nada material, a disfrutar con lo poco que tuviera en ese momento, por que como siempre me decía ella, hay gente en el mundo que está peor y son felices. Años después me dí cuenta que no solo eso, en nuestra vida, todos los momentos buenos o malos, marcan nuestro carácter y nos ayudan a empatizar con el resto de nuestros congéneres.

   No hay mayor felicidad en la vida que ver reflejada tu generosidad en la gratitud de otra persona. Dar y agradecer son dos valores maravillosos, que están por encima de cualquier estupidez social. Es hora de empezar a replantearse muchas cosas.

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